Hace 10 años entró en vigencia en nuestro país la Ley 26.845: una legislación que busca la protección integral y que pena las expresiones de violencia simbólica que atente contra las mujeres. Podemos encontrar este tipo de violencia en ámbitos cotidianos, ya sea en la vía pública, trabajo e incluso en la publicidad. La comunicadora e ilustradora Ro Ferrer, reconocida por sus caricaturas con perspectiva de género analiza la actualidad de la publicidad con la ley de violencia simbólica en vigor.
Ley de protección integral: una ley que abrió un camino en la lucha contra la violencia simbólica
La ley 26.845 busca proteger la integridad de las mujeres y erradicar la violencia hacia ellas que pueden hacerse evidentes en ámbitos públicos. Los postulados principales prometen garantizar la eliminación de la discriminación y cualquier acto violento que atente contra la integridad del género femenino a través de penar estas acciones promoviendo políticas públicas para generar conciencia.
Años después de esta ley, siguieron otras con el fin de brindar más conocimiento, como lo fue la Ley Micaela, promulgada en 2018 que brinda capacitaciones con perspectiva de género a funcionarios públicos.
A partir de la sanción de la ley 26.845, el camino se libró para otras leyes que promueven la diversidad y penan la violencia hacia las mujeres y minorías, entre ellas la violencia simbólica.
Violencia simbólica, lenguaje verbal y no verbal: las armas de la publicidad
La Según la ilustradora y comunicadora Ro Ferrer violencia simbólica es el tipo de agresión que compone “el piso donde se recuestan todas las violencias”, que permite la escalada hacia los extremos más crueles como los femicidios, travesticidios e infanticidios.
Según ella, toda la publicidad tiene una connotación política: no desde un punto de vista partidario, sino por su facilidad para implantar pensamientos y conductas en la sociedad a través de sus mensajes. Por este motivo, es importante que la misma se comprometa con los derechos humanos y revise los mensajes que aporta, desde una perspectiva de género, alineada al feminismo.
“La violencia simbólica moldea y estructura la mente, y es sexista. Moldea la mente a través de pensamientos, comportamientos y lenguaje. Esta ley busca ir en contra de todo eso”, agrega Ferrer. A través de un análisis de diapositivas y ejemplos vistos en los últimos años en los medios de comunicación, visibiliza este tipo de violencia silenciosa.
Empezando por la diferenciación: dos futbolistas reconocidos y una mujer, la cual fue la mayor goleadora de la historia y ni siquiera se conoce el nombre.
“La mujer” es Camile Abily, elegida por el público por ejecutar el mejor gol del año en la UEFA, por encima de las ligas masculinas. “Cuando hablamos de lenguaje inclusivo también es esto”, aclara Ferrer.
Otro de los temas candentes respecto a esta perspectiva de género es el lenguaje inclusivo: con muchos detractores, como la Real Academia Española, no se trata sólo de reemplazar con la E, sino también de no hacer este tipo de distinciones: “Messi, Higuain y una mujer”; “dos personas y un boliviano”. El objetivo de este nuevo lenguaje construido por la sociedad es modificar la estructura sexista expuesta en el lenguaje y así dejar de reproducir violencia simbólica.
Otro tema visto, remarcado por la misma Ferrer, fueron las revistas para mujeres. Primero, la distinción “para mujeres”. Ese tipo de segregación y los consejos que dan son otra forma de impartir violencia simbólica. Titulares que prometen ejercicios y tratamientos milagrosos para estar “a punto”. Acá Ferrer se pone crítica: “Es como que te cambian el aceite, el agua. O sea, sos una moto, un auto y además, es express: te tenés que apurar para llegar bien al verano, no sé para qué”. Así como también “Cómo recuperar el cuerpo después del embarazo, porque parece que te lo roban”. A partir de estas apreciaciones, comienza el interrogante de los cuerpos e ideales de belleza que se construyen a través de la publicidad masiva, en el que todo lo que deberían realizar las mujeres desembocará en eso, si no, es motivo de fracaso. “Un cuerpo ideal se asemeja al de una niña: sin arrugas, sin pelos y sin marcas.”.
“Ahora no se puede hacer chistes con nada”
“Sí, si se puede. Pensalo un poco. Cuando el chiste viene de arriba, del poder es violencia simbólica. Se trata de que los mecanismos de desigualdad sigan funcionando sin darnos cuenta”.
Otro ejemplo lo podemos ver a través de las distinciones entre mujeres. Por ejemplo, la creencia de que una mujer más alineada al estándar de belleza (Ferrer habla de Sol Pérez o Luciana Salazar como ejemplo y les llama “minones”) no puede tener pensamiento crítico. Las mujeres que dedican más tiempo a su estética deben ser superficiales, a la vez que cuanto más se dedican a actividades intelectuales, se “afean”. También levanta el punto sobre los concursos de belleza, siendo que la belleza es sólo una construcción.
Esto, desemboca en la cosificación, que consiste en deshumanizar e incluso hipersexualizar a niñas. Otros ejemplos expuestos hablan de las revistas para hombres (otra vez la distinción) que con sus artículos dan herramientas a los hombres para “levantarse” chicas jóvenes. “Esta violencia simbólica y mediática normaliza el abuso sexual en la infancia”.
Otra forma de someter es a través de la discriminación: ejemplos como las muñecas Barbie que insertan en las mentes de las niñas un ideal de belleza racista y supremacista blanco, así como también las fotos de H&M con un modelo infantil afrodescendiente y un buzo con un lema discriminatorio (“El monito más cool de la jungla”)
“Es sostener el relato de una historia creada para generar desigualdad, como el entrenamiento patriarcal, la distinción de machitos y princesas”. No sólo a través de los juguetes que recibimos y disfrutamos de pequeños, sino también a través de lo cotidiano: se enseña a los varones a reprimir y no ser sentimentales porque es una característica atribuida a “lo femenino”, siempre con connotación negativa. Ferrer habla de “el niño con carácter puede llegar a ser presidente, pero si la niña tiene carácter es una loca, una histérica. Y desde luego, no hay desde la publicidad una perspectiva de los niños trans y no binaries”.
¿Y respecto a la apropiación cultural? Es un tema recurrente en los últimos tiempos, pero para Ferrer “apropiarse de las ideas y la cultura de minorías como mujeres afrodescendientes para convertirlo en voz propia es violentarlas”.
Atravesados por la heteronorma
Publicidades que le hablan a hombres, superhéroes que pueden moverse libremente y las mujeres se visten y se comportan de cierta forma no pudiendo controlar ni legislar sobre sus propios cuerpos. La sociedad controla e impone normas: “Pasame el color piel, y nos dan el rosita clarito. El color piel es de quién es. Eso es hegemonía blanca y lo tenemos tan naturalizado que no nos damos cuenta” analiza Ferrer. “También hay cuerpos que avergüenzan, cuerpos que se silencian y no están en las publicidades. ¿Qué pasa con los cuerpos con discapacidad?”. Respecto al deseo más allá de las personas no binaries y con discapacidades, remarca “esos cuerpos hay que hacerlos aparecer, si están, existe”.
Por otra parte, en la publicidad, las mujeres pasan a ser cosificadas si entran en el estándar de belleza hegemónica, o bien son señaladas por su apariencia por encima de sus talentos: en donde más se nota este tipo de violencia simbólica es en las publicaciones deportivas: hablar de la apariencia de una deportista de alto rendimiento por sobre sus capacidades.
La construcción de la maternidad a través de los estereotipos de género es otra forma de expresar violencia simbólica: una mujer que no realiza las tareas del hogar o impuestas como la maternidad es una “desamorada” por no querer cumplir el rol reproductivo en la sociedad. Tal es así que la calle no es su territorio: ahí podemos ver también, que el acoso callejero también es una herramienta que somete a las mujeres a la idea de creer que la calle no es de ellas y que si así fuera, son unas locas, al punto de cosificarlas (nuevamente). La estructura familiar del hombre sostén del hogar económico y estructural también es una forma de sometimiento: si hay violencia va hacia el resto de los miembros de la familia.
Si nos paramos desde nuestro lugar, cuestionando los privilegios entendiendo desde dónde podemos construir sentido ayuda a dejar de reproducir la violencia simbólica: todos atravesamos violencia en algún momento de nuestras vidas, pero no siempre las mismas. El objetivo tanto de la ley como de esta nueva conciencia es mostrar que hay más de una realidad, no todos somos iguales y si la norma busca la desigualdad, vamos a seguir limitándonos, dejando afuera la diversidad y las minorías. Somos seres culturales criados en una cultura que fue dirigida a ciertos intereses impuestos: como la mujer cuya meta es la maternidad, por ejemplo.
Como sociedad debemos empezar a desarmar la discriminación, la xenofobia, el racismo y las desigualdades. Si no podemos hacer estos cuestionamientos sin ver más allá, pasaremos a reproducir esta violencia simbólica, convirtiéndose en un ciclo sin fin.